(¿?)
-¡Cuidado con eso! Es delicado –
exclamó el chico mientras ayudaba a bajar sus maletas con la ayuda
de otro hombre.
-Si no pesaran tanto alomejor podría
bajarlas bien – se quejó el señor mientras depositaba el equipaje
con cuidado en el suelo.
-De todas formas, gracias – agradeció
amablemente el joven, pero el hombre ya se alejaba con paso rápido
mientras farfullaba por lo bajo. El chico meneó la cabeza
negativamente.
La gente de allí era muy antipática,
¿Qué les pasaba a las personas de aquella ciudad? O alomejor era
él, que se estaba volviendo demasiado paranoico. Acababa de volver
de Alemania y ya lo echaba de menos. Aunque por otra parte, la oferta
que le habían hecho había sido muy tentadora.
Dirigió la última mirada al tren, que
le había llevado desde el aeropuerto hasta Glasgow, y se encaminó
hacia la salida de la estación. Aquello era un mar de gente yendo de
un lado para otro, con maletas para subir al próximo tren hacia
Londres, o esperando a que llegara algún ser querido. Pero a él no
le esperaba nadie. Ya había hecho una rápida visita de cortesía a
su padre, que casualmente estaba en Londres por negocios, aunque en
realidad vivía en Landfield.
Al llegar a la puerta un enorme coche
negro ya le estaba esperando para marcharse. Un hombre que vestía un
traje negro con finas rayas blancas y un sombrero apoyado en el capó
del vehículo, con los brazos cruzados. Al verle se incorporó
rápidamente y fue hacia él.
El chico reprimió un temblor que le
recorrió toda la espalda, aquel señor de sombrero que se le
acercaba le recordaba al típico mafioso de las películas antiguas.
-¿Es usted el señor…?
-¿… propietario del coche? –
terminó la frase el chico. – Si, lo soy – cogió el carnet de su
bolsillo y lo mostró.
-De acuerdo – dijo el otro hombre
cuando terminó de revisarlo todo. – Aquí tiene las llaves. Que
pase un buen día – Dijo el hombre con un movimiento de sombrero
mientras se alejaba.
Una vez estaban las maletas guardadas,
arrancó el coche y se dirigió hacia su destino. Todavía le
esperaban unas cuantas horas de conducción hasta llegar a Bänon, un
pequeño pueblecito perdido. Era tan pequeño que incluso en algunos
mapas no aparecía.
Se lo había pensado mucho antes de
tomar la decisión, pero al final había aceptado la propuesta de
trabajo. Además, acababa de terminar sus estudios de magia elemental
y para cualquier estudiante que hubiera acabado la carrera, era una
oportunidad muy buena. Aun así, estaba un poco nervioso, ya que
nunca antes había dado clases a nadie y más si era tan en serio.
Tenía ganas de llegar para poder reconocer mejor el terreno y ver a
lo que se enfrentaba. A él le gustaba tener todo bajo control.
Cinco horas más tarde entró en Bänon.
Nunca había estado allí, pero muchos conocidos le habían
mencionado que el pueblo era bastante bonito. Y tenían razón. Todos
los edificios tenían pinta de haber sido construidos en la época
medieval, pero restaurados. La piedra de las casas era grande y gris,
para que el frio nos e filtrara dentro. Las calles estaban todas
adoquinadas y trocitos de musgo nacía de entre los espacios que
había entre piedra y piedra. Las plazas estaban llenas de vida, con
alegres habitantes que seguramente se conocía de toda la vida. Los
alrededores de la ciudad estaban llenos de verdes bosques y campos
ricamente cultivados. Pasaron por mitad de una plaza donde había
colocados un montón de puestecitos donde vendían de todo, debía de
ser el mercado. Señoras mayores vendían pequeñas florecitas echas
en barro, señores gritaban el precio de la fruta y los niños
gritaban y jugaban, mientras corrían de un lado a otro. Era todo muy
acogedor, a pesar del frio que hacía.
Sin lugar a dudas aquel pueblo tenía
un encanto muy especial, era la mezcla perfecta entre la arquitectura
antigua, la gente feliz y hogareña pero a la vez contaba con
modernidades: cine, discotecas, pubs, tiendas de todo tipo…
El joven tiritó y se envolvió mejor
en su abrigo. Decidió que lo mejor que podía hacer sería pedir
indicaciones.
Cuando le indicaron amablemente por
done tenía que ir, tardó unos diez escasos minutos en llegar. Si
hubiera sabido que era allí, no habría preguntado; ya que el
edificio se veía desde cualquier parte del pueblo. Era un imponente
castillo de piedra gris, tan grande como el pueblo entero. La verja
de las murallas estaba abierta, así que siguió avanzando por el
sendero de gravilla hasta llegar a los aparcamientos. Después de
coger sus maletas se dirigió hacia la enorme puerta principal de
madera. Más arriba, en la fachada, había unas enormes letras de
aspecto antiguo, como todo allí, en las que se podía leer: “Hollow
Castle”. Más abajo estaba inscrito el escudo del colegio, un sol,
una luna, y justo debajo, en medio de los dos astros, una flor de
loto flotando sobre tranquilas aguas. Aquel castillo era realmente
imponente, pero se armó de valor y llamó a la puerta. Segundos
después, por ella apareció una mujer de cabellos negros y sonrisa
amable.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes – saludó cordialmente
la mujer – Usted debe ser el nuevo profesor de magia elemental, ¿me
equivoco?
-En absoluto – sonrió amistoso el
joven.
-Pues en ese caso, encantada. Soy la
profesora Purewise y ¿usted se llama…? – Preguntó la señora
con voz afable y entrecerrando los ojos.
-Llámeme simplemente profesor Zero.
-De acuerdo, no se quede ahí en la
puerta. Entre – le invitó mientras se hacía a un lado para que
pudiera pasar.
-Ah, las maletas… - se giró con
intención de cogerlas.
-No se preocupe – dijo la profesora.
Y con un simple chasquido de dedos hizo desaparecer el equipaje. Las
he enviado a su nueva habitación.
Zero solo asintió con la cabeza y
entró. Lo primero que le llamó la atención del hall fueron las
dimensiones de este. Era un espacio enorme. El suelo era de un
brillante mármol, las paredes como todo el castillo, de dura piedra
gris, con grandes candelabros que iluminaban los pasillos. Cuadros de
antiguos directores y fundadores del colegio se abrían paso a través
de las grandes ventanas apuntadas y decoradas con diversas vidrieras.
El techo era muy alto, todo ocupado por decoración de candelieri en
todos dorados. Justo en el cendro colgaba una enorme lámpara de
araña hecha de puro cristal, que iluminaba por completo la sala con
brillos color iris. Justo en frente, una gran escalera que ocupaba
casi todo el espacio.
-¿Quiere que le enseñe el resto del
colegio? Así no tendrá problemas para encontrar mañana por la
mañana su aula – se ofreció amablemente la mujer.
-Desde luego – contestó Zero, que
seguía embobado viendo el gran hall.
Siempre le había gustado la historia
del arte, y más si se trataba de edificios. Cuando tenía tiempo le
gustaba viajar por diferentes ciudades y ver sus edificios y museos.
Lo que más le gustaban era el palacio de Versalles, en especial la
sala de los espejos, y Saint Chapelle.
El hall del colegio le recordó un poco
a esta última, por la gran iluminación que tenía.
-Aunque primero deberíamos ir al
despacho del director. – dijo la profesora Purewise como si acabara
de acordarse. – Dijo que en cuanto llegara quería verle.
- Se dirigieron hacia el ala oeste del castillo, por el gran pasillo que se encontraba decorado por antiguas y relucientes armaduras a uno y otro lado. El techo del pasillo estaba decorado con bóvedas de medio cañón cuatripartitas, con dibujos de estrellas simulando el cielo. El chico no paraba de mirar todo fascinado. Cada vez se alegraba más de haber aceptado aquel trabajo. De repente se dio cuenta de que alguien le observaba, cuando miró, vio que la profesora Purewise le miraba de reojo.
-Veo que le gusta mucho todo esto, -
comentó mientras señalaba todo el pasillo – por la cara que pone.
-La verdad es que sí – admitió
mientras se ponía rojo. Seguramente había tenido la boca abierta
como un estúpido todo el trayecto.
-Precisamente ha habido reformas por
todo el colegio, en especial en éste ala – comentó mientras
lanzaba un hechizo a una armadura que estaba apunto de echar a andar
– No se si estará informado de lo que sucedió aquí.
-Si, por supuesto – asintió
enérgicamente con la cabeza – fueron atacados por miembros de aquella organización.
-Así es. Aquí precisamente es donde
nuestra antigua directora, la señora Agnes Firesoul fue asesinada -
se veía que la profesora no había acabado de asimilarlo del todo –
Pero basta de hablar de muertes, nadie por aquí quiere hablar de lo
ocurrido, y le recomiendo que no saque nunca este tema. Muchos
maestros y alumnos murieron y los compañeros y familiares e muchos
de los difuntos siguen en este colegio. Lo único que queremos todos
es seguir con nuestra vida, como tiene que ser.
-Lo entiendo perfectamente – musitó
Zero.
Sabía que un tal Alan había irrumpido
en el colegio con personas a su servicio, formando una verdadera
masacre. Lo que ignoraba eran las causas del por qué hizo semejantes
cosas.
-aunque creo, - dijo entonces la mujer
intentando cambiar de tema – que usted tiene algún familiar en
Hollow Castle ¿no es así?
-El caso es que… - empezó Zero, pero
no le salían las palabras. Hacía mucho que no veía a ese
“familiar”, tenían muy poca relación, y no sabía si algún día
se lo podría perdonar…
-Tienen un parecido muy grande – Dijo
con ojos brillantes, pero acto seguido cambio de actitud –
Ya hemos llegado – Llamó a la puerta con golpecitos suaves,
y del otro lado de la puerta se escuchó un suave pero firme
“adelante”.
La sala que había al otro lado era
circular. Las paredes estaban llenas de estanterías y documentos. Un
gran cuadro de una mujer mayor estaba justo en el centro. En la parte
baja rezaba: “Agnes Firesoul”. La antigua directora tenía un
aspecto severo.
Ocupando todo el suelo, había una gran
alfombra de colores cálidos que parecía hecha artesanalmente. El
centro lo ocupaba un gran escritorio de puro roble, lleno de papeles.
Un señor estaba sentado detrás de éste mientras escribía algo.
Al entrar, el señor paró de escribir
y se levantó para recibir a los invitados.
-Buenas tardes señorita Purewise –
saludó alegremente – veo que trae compañía – siguió mientras
dirigía una curiosa mirada a Zero.
-Buenas tardes señor director. Él es
el nuevo profesor de magia elemental. Acaba de llegar.
-¡Ah! En ese caso, encantado –
exclamó el director mientras se acercaba y le estrechaba la mano.
El director era bajito y algo
rechoncho. Con pequeños ojos marrón oscuro, entradas en el pelo y
cara de bonachón.
-Igualmente – le devolvió el apretón
de manos – puede llamarme solo Zero.
-¡Muy bien! ¡Muy bien! – El
director parecía emocionado – me gusta esa confianza. Mi nombre es
Borys Cole, pero llámame Borys.
-Pero señor director… - Empezó
Purewise ligeramente abochornada.
-Calle calle, - le soltó el director
mientras agitaba la mano de forma cómica. Zero sonrió divertido –
Ya le dije mil veces que no quería que me llamara de usted y sigue
haciéndolo – Y después miro a Zero – Por fin he encontrado a
alguien que me hace caso en este colegio.
La señorita Purewise puso los ojos en
blanco pero no dijo nada más.
-Por favor Zero, siéntese. Tiene que
firmar unos documentos – le invitó.
Zero cada vez más cómodo, obedeció y
se sentó en una silla que había frente al escritorio. El director
le dio varios papeles y una pluma. El joven los leyó con
detenimiento.
-Ya sabe – habló el director
restándole importancia – es para firmar que se compromete a
enseñar en este colegio y a no decir ninguna información
confidencial que salga de aquí.
-Claro – con unos suaves movimientos
de muñecas gravó su firma en todos los papeles.
-Muy bien. Pues ya es oficialmente
profesor de Hollow Castle. La señorita Purewise le enseñará el
colegio y le llevará hasta su habitación. Nada más.
-Gracias por todo – dijo Zero
mientras se dirigía hacia la puerta seguido de la señorita
Purewise.
El director le dirigió una última
sonrisa amistosa antes de que la puerta se cerrara. Ahora en el
pasillo había un absoluto silencio. Sólo se oía el eco de algún
sonido muy lejano. La profesora Purewise, que todavía tenía las
mejillas ligeramente rojas por la pequeña discusión con el
director, habló rompiendo el absoluto silencio.
-Sera mejor que le enseñe el centro de
una vez por todas.
El primer sitio donde fueron era la
sala de profesores, como nuevo profesor tenía que conocer a sus
compañeros. Zero solo esperó que no se parecieran demasiado a
Purewise, tan formal y fría. Resultaron ser todos muy agradables y
simpáticos, a excepción de la hermana de Purewise. La profesora
Agatha Proud, que enseñaba teoría de la magia negra. Era igual que
ella, tanto e el carácter como en el físico, aunque la única
distinción que tenían era su pelo blanco en lugar de negro. También
conoció al profesor Tsukushi, profesor de defensa personal y
escriba, a Theodora Greengros de Herbología y a Adrómeda
Morgenstern que impartía las clases de astronomía.
-Los demás profesores estarán en sus
dormitorios – explicó el profesor Tsukushi con jovialidad.
–Estamos todos muy liados preparando los temarios para todo el mes.
“¿Para todo el mes?” se preguntó
Zero. El nada más saber que estaba contratado en el colegio había
terminado haciendo los temarios para todo el año. Calculando con
total minuciosidad todas las clases, cualquier detalle, Siempre había
sido así de perfeccionista.
Después de la pequeña visita a la
sala de profesores la señora Purewise prosiguió con su “visita
guiada”. Recorrieron de cabo a rabo todo el edificio.
-El colegio consta de cuatro plantas,
contando la de abajo – Explicaba mientras andaban presurosos por
los vacíos pasillos. – En la sala oeste está la enfermería, éste
es el ala este. El comedor está pasando por las puertas que hay al
lado de las escaleras. Esto son los dormitorios de los alumnos, a la
derecha los chicos y a la izquierda las chicas. En la segunda planta
tenemos la mayoría de las aulas, la suya es esa que hay ahí –
dijo señalando la que había a la derecha, una de las mas grandes –
Por aquí la sala de ordenadores. En la tercera planta el gimnasio,
la sala de música, la biblioteca. Y en la cuarta, el aula de
astronomía y el salón de actos…
Cuanto más le explicaba, menos se
enteraba de donde estaban las cosas. Lo único que había conseguido
memorizar es donde se encontraba el despacho del director. La sala de
profesores y su aula. Por el momento con eso se quedaba conforma. Ya iría conociendo todo poco a poco.
-… Y por último – habló la
profesora parándose al lado de una puerta de la tercera planta –
aquí está su dormitorio. Espero que sea de su agrado.
-Muchas gracias señora Purewise –
Dijo Zero educadamente.
-No hay de qué. Espero que pase una
buena noche profesor. Mañana le espera su primera clase. –Dijo
mientras sonreía levemente – Si quiere un consejo, tiene que
tratar a los alumnos estrictamente desde el principio, sino no le
tomaran en serio. Buenas noches.
Y dicho esto se marchó tranquilamente.
-Gracias por esas palabras. Ahora me
siento mucho más tranquilo – murmuró Zero irónicamente.
Abrió la puerta de su nuevo cuarto y
entró. Era un amplio espacio circular (estaba en uno de los
torreones del castillo), con amplias ventanas por donde pasaba la
frágil luz de la luna. Tenía una gran cama en la parte izquierda
con dos mesillas de noche y un amplio armario donde estaba colocada
ordenadamente cada una de su ropa. Al lado había una gran estantería
llena de libros, algunos de ellos suyos. También había una pequeña
chimenea encendida que calentaba la habitación. A la derecha se
encontraba un sillón y una televisión de pantalla plana. Para
finalizar había otra puerta que conducía a un pequeño baño. Todo
tenía un aspecto muy acogedor.
Hasta que no entró en la habitación
no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. El viaje en avión,
en tren, después en coche y todo el recorrido por el castillo le
habían dejado agotado. Ahora lo único que quería era tumbarse en
la cama y dormir el resto de la noche.
Se puso el pijama y se acostó. A los
pocos segundos se quedó dormida profundamente.
A la mañana siguiente se despertó
sobresaltado. El despertador no había sonado y se había quedado
dormido. Era el primer día y ya llegaba tarde. Perfecto. Salió de
un salto de la cama y se dirigió directo a la ducha, después se
miró al espejo para ver si iba decente. Se había puesto unos
simples pantalones vaqueros y una camisa blanca por fuera de estos.
No era una ropa muy formal, pero solo tenía apenas 25 años y
tampoco iba a vestir como un hombre a los cuarenta.
Por ultimo se atusó su pelo liso
plateado, se echó colonia y se puso los zapatos. En ese momento sonó
el ultimo timbre que avisaba de que las clases estaban apunto de
comenzar. Cogió a toda prisa su bandolera con papeles dentro y salió
de la habitación pitando. Mientras corría por los pasillos
intentaba acordarse de cual era su aula.
“Segunda planta, aula de la derecha,
segunda planta, aula de la derecha” – Se iba repitiendo
mentalmente.
Cuando por fin llegó estaba al borde
de una taquicardia. Ahí dentro había cuarenta adolescentes
esperando a su profesor, esperándole a él… Sacudió la cabeza
para apartar esos pensamientos, no podía ponerse nervioso ahora.
Cogió aire una última vez, abrió la puerta con decisión. Nada mas
entrar empezó a avanzar por el pasillo principal de la clase.
La sala era amplia, al fondo había un
gran escritorio con una pizarra electrónica justo detrás. Al lado
había plantada en una maceta, una gran mata de “hijas de Danna”
En la pared de la derecha se abrían paso unos grandes ventanales por
donde pasaba la luz solar, en la izquierda varios cuadros y mapas. A
su derecha e izquierda, sentados en pupitres había chicos y chicas
siguiéndole con la mirada, sus caras denotaban interés y
expectación.
-Siento el retraso – se disculpó
intentando que la voz le saliera tranquila y segura.
Cuando llegó hasta el escritorio dejó
su bandolera encima. En vez de sentarse en la silla, se dio la vuelta
para ver a toda la clase y se apoyó sobre el escritorio.
-Espero que no haya faltas de
asistencia para profesores – bromeó para ganarse a los
adolescentes debías ser simpático pero autoritario. Debías
acercarte a ellos. Y funcionó. Ante esta pequeña broma la clase le
correspondió con risas.
-En fin, me presentaré. Me llamo Zero
y soy vuestro nuevo profesor de Magia elemental. Espero que nos
llevemos bien, porque vamos a pasar una buena temporada juntos. –
Dijo sin vacilar mientras guiñaba un ojo.
Unas chicas que se sentaban en la
primera fila empezaron a reír tontamente mientras jugaban con sus
cabellos.
-Muy bien. Empecemos la clase –
Recogió su mochila, y buscó en ella los papeles donde tenía
escrito los planes para ese día. – Para hoy había pensado dar un
breve repaso… - De repente paró de hablar. Se quedó de piedra. El
plan para esa clase… no estaba… seguramente se lo habría dejado
en la habitación. Maldijo en silencio. ¿Por qué hoy todo tenía
que salirle mal? Precisamente ese día. Se volvió hacia la clase
sonriendo para que no se le notara que había metido la pata y dijo -
¿Sabéis que? Hoy no haremos nada.
Los alumnos se quedaron sorprendidos
ante la feliz noticia, para ellos, y empezaron a murmurar los unos
con los otros entusiasmados.
-En lugar de dar clases – dijo
elevando la voz para centrar la atención de todos – nos
conoceremos un poco los unos a los otros. Seguramente muchos de
vosotros ya os conocéis del año pasado, pero hay gente nueva, en lo
que por cierto me incluyo, que no os conoce mucho.
Todos miraron asintiendo
obedientemente. Seguramente hacían cualquier cosa por no dar clases,
incluso hacer puenting. Los estudiantes eran así y Zero lo sabía
muy bien, ya que hace poco él también lo había sido.
-Bien, creo que empezaré por mí,
¿Tenéis alguna pregunta que hacerme? – Más de la mitad de la
clase alzó la mano – Veo que tenéis curiosidad por mí. De
acuerdo, tú – Dijo señalando a un chico muy moreno de pelo corto.
-Usted no es de aquí, porque en el
pueblo nos conocemos todos. ¿De donde viene?
-Antes de contestar a la pregunta, me
gustaría pediros por favor, que no me llaméis de usted. Ne suena
como si fuera un viejo – todos empezaron a reír – Y contestando
a la pregunta vengo de Alemania, aunque en realidad soy naturalmente
de Landfield.
-¿Y que hacías en Alemania? –
Preguntó alguien
-Estaba terminando mis estudios de
magia elemental.
-Entonces, eres muy joven ¿Cuántos
años tienes?
-25 años. Aunque como os acabo de
decir he terminado mis estudios…
-¿Tienes novia? – Preguntó de
pronto una de las chicas de la primera fila. Todos rieron por aquella
pregunta
-Vale, creo que esa es personal, pero
ya que es el primer día lo contestaré. No, no tengo novia.
Un murmullo recorrió toda la clase
mientras todos sonreían.
-Y antes de que me preguntéis si
quiero salir con alguna de vosotras – Bromeó mientras miraba a las
chicas de la primera fila, que reían histéricamente, al borde de la
hiperventilación. – Os preguntaré yo a vosotros. Quiero conoceros
un poco, o al menos vuestros nombres.
Se pasó el resto de la hora,
preguntando los nombres y que les gustaría hacer después de
graduarse a todos los alumnos, también les preguntaba cuales eran
sus afinidades y sus clases favoritas. Preguntó a cada uno de ellos
hasta que solo le quedó una alumna por interrogar.
Había estado observando durante toda
la clase. Se sentaba en la última fila, sola, sin compañeros al
lado. Observaba por la ventana con la mirada ausente. Lo que más
llamaba la atención de ella era su larga melena negra y rizada.
Además de sus grandes ojos color plateado. Le había llamado la
atención aquellos ojos que muy pocos tenían. Por una parte eran
cálidos como el fuego, pero por otra, fríos y duros como el metal.
-Y tú ¿Cómo te llamas? – Intentó
captar su atención pero estaba completamente en otro mundo. Una
chica rubia llamada Helena tuvo la amabilidad de llamarla. La chica
al escuchar que la llamaban pareció volver en sí, y prestó
atención. Zero le volvió a preguntar mientras sonreía amablemente.
-Me llamo Alana Firesoul – respondió
la chica con seriedad. Aquel apellido le sonaba de algo, pero no se
acordaba…
-Muy bien Alana, ¿Qué te gustaría
hacer en el futuro?
-Pues la verdad es que me gustaría
seguir viva – contestó mirándole a los ojos.
Al principio Zero pensó que se trataba
de una broma, pero ningún estudiante rio. Por el contrario, todos la
miraban serios y con un atisbo de tristeza en la mirada.
-¿Qué…? - intentó decir pero la
joven le cortó.
-Mire, no estoy aquí para perder el
tiempo en una clase que no sirve para nada. Creo que debería tomarse
en serio sus clases y dejarse de tonterías. Hemos venido aquí para
aprender a defendernos, no para saber su vida. Por lo menos a mi no
me interesa.
Todo el mundo enmudeció. Zero se había
quedado como una estatua, sin moverse, con los brazos cruzados,
sentado en el escritorio, mientras Alana le sostenía una dura
mirada.
Como si quisiera acabar con aquel
momento tan incomodo, el timbre sonó. La chica se levantó
súbitamente de la silla, recogió sus cosas y se marchó. Las demás
alumnos se fueron levantando y recogiendo los libros lentamente.
-Vaya, que carácter – comentó Zero
sin saber que más decir.
Las chicas de la primera fila sonrieron
amistosamente a su comentario. Estaba seguro que a partir de ahora
esa fila seria la “fila de las fans”. –Está bien, mañana
empezaremos el primer tema.
Cuando todos los alumnos se hubieron
ido, Zero se sentó exhausto en la silla. Aquel había sido uno de
sus peores días. Se había quedado dormido, después llegó tarde a
su primera clase, se olvidó los papeles de la lección y una alumna
le había llamado incompetente en toda su cara. ¿Seria posible que
lo que había intentado evitar en toda su vida se le viniera ahora
encima? Siempre procuró ser un excelente alumno y un hijo perfecto.
Llegaba puntual a todos los sitios, era muy responsable y nunca se
había olvidado de traer ningún libro ni apunte a clase y siempre le
habían dicho que era un alumno ejemplar, serio e inteligente. Ese
día había cometido todos los fallos que siempre quería evitar.
Decidió que lo mejor que podía hacer en ese momento era no pensar
en ello. Recogió sus cosas y se dirigió a la sala de profesores.
Allí solo se encontraban el profesor Tsukushi y la profesora
Greengros. Lo primero que hicieron fue darle los “buenos días”
educadamente y después le preguntaron como le había ido su primera
clase. Zero, un poco abochornado, terminó contándoles todo.
-No te preocupes – dijo la profesora
Greengros divertida en respuesta a la anécdota de su tardanza y el
olvido de los papeles – lo mio fue peor. El primer día que di
clases aquí, un bulbo selvatien me explotó en toda la cara
llenándome de gelatina viscosa. Desde entonces muchos alumnos me
llaman bulbo.
-¿Alana hizo eso? – se extraño el
profesor Tsukushi frunciendo el ceño.
-Si… era tan… - Zero se lo pensó
antes de decirlo – Intimidante.
-No se lo tengas en cuenta. Alana
Firesoul era nieta de nuestra antigua directora, Agnes Firesoul. –
Claro por eso le había sonado tanto el apellido. – Ha pasado por
mucho estos últimos meses. Se enteró de que era bruja, al poco
asesinaron a su abuela y el mismo lunático la que quiso matar a ella
también. Es normal que esté tan susceptible. Además, uno de sus
compañeros desapareció con el ataque del castillo, y los otros dos
ahora mismo se encuentran ausentes del colegio por motivos
personales. Está bastante sola.
-Ya me imagino.
-Oye, cambiando de tema – Dijo
Tsukushi – el próximo fin de semana he quedado con unos amigos en
u bar del pueblo para echar una partida de billar, ¿Te apuntas?
-Claro – contestó amistosamente.
Miró su reloj. Ya mismo sería la hora de comer, pero quería
preparar la clase para el día siguiente. Iba a salir por la puerta
cuando se le ocurrió una pregunta – Oíd, me enteré de que el
antiguo profesor de magia elemental luchó cuando Alan atacó este
colegio. ¿Qué le pasó?
Los dos profesores se le quedaron
mirando incapaces de contestar.
-Creo saberlo – dijo mientras daba la
vuelta y salía de la sala.
Como no tenía otra cosa mejor que
hacer, volvió a la clase a preparar la lección para el próximo día
y programar la pizarra eléctrica. La primera vez que había visto el
pueblo y el castillo se había imaginado que allí no habría muchos
avances y tecnología, pero se había quedado sorprendido al
descubrir toda la tecnología que había allí: wifi gratis, sala de
ordenadores hasta pizarras electrónicas.
Al rato empezó a sentir hambre y se
puso a recoger todo, cuando llamaron a la puerta.
-Adelante – exclamó alzando la voz
para que se le escuchara.
-¿Se puede?- Dijo Alana asomando la
cabeza
El estomago de Zero dio una vuelco.
¿Había venido a decirle mas cosas?
-Adelante – La invitó intentando
controlar su voz.
La chica avanzó tímidamente por el
pasillo. Ahora que estaba más calmado quizás no diera tanto miedo
como en un principio parecía haberle dado. - ¿En que puedo
ayudarte?
-Verás… venía a disculparme con
usted. – Explicó mirándole fijamente – Se que mi comportamiento
de antes estuvo mal y no debería haberle hablado de esa manera. Mis
disculpas.
En su interior, Zero respiró aliviado,
por lo menos parecía que se estaba solucionando.
-Disculpas aceptadas. Además se por
todo lo que has y estas pasando, me lo contaron los demás
profesores.
Ella parpadeó y miró hacia otro lado
incomoda.
-Ya… oiga, respecto a eso, no me
gusta mucho hablar de lo ocurrido así que, por favor no lo haga.
-Por supuesto - se quedaron un momento
callados. Alana iba a darse media vuelta para irse cuando Zero no
pudo contenerlo más: -Eres ignomata, ¿no es cierto?
-Si – Alana pareció sorprendida -
¿Cómo lo sabe? ¿Se lo dijeron los profesores?
-No. Lo noto.
-¿Cómo puedes notarlo? – preguntó
ahora más interesada.
-Si me hubieras estado atendiendo en
clase – vio que sus mejillas enrojecieron levemente, dándolo un
toque realmente mono – hubieras sabido que soy experto en magia
elemental. Puedo sentir las personas que dominan elementos.
-Usted…
-Por favor no me llames “usted” lo
odio, ya lo dije en clase – Le cortó Zero sonriendo
-Como quieras – dijo la chica
encogiéndose de hombros.
-¿Sabes? Creo que tu y yo nos
llevaremos bien – comentó Zero mientras se levantaba de la silla y
se acercaba a Alana – Somos dos personas totalmente distintas.
-Creo haber oido que las personas
distintas no se llevan bien – habló sin comprender Alana.
-Pues en mi caso es todo lo contrario.
Lo interesante de una conversación es debatir la opinión de dos
ideas totalmente distintas. Es fascinante, ¿No estas de acuerdo?
-Pues la verdad es que no lo estoy –
dijo Alana sonriendo por fin – con todos los respetos, eres un
chico muy raro.
Zero sonrió aun más mostrando sus
dientes blancos.
-No soy raro – y levantando una ceja
añadió – solo me gusta que me lleven la contraria.
FIN DEL CAPITULO